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Muchos ancianos tienen miedo a los posibles efectos adversos

¿Efectos secundarios? No, gracias

Para muchas personas, leer las palabras 'efectos secundarios' en un prospecto es sinónimo de alarma. Independientemente de su carácter o gravedad, asocian el término con peligro, lo que puede llevar, incluso, a que rechacen un tratamiento cuyos beneficios superan claramente a sus riesgos.

Lo asegura un trabajo realizado recientemente por investigadores de la Universidad de Yale (EEUU) que analizó la predisposición con la que 356 personas mayores se enfrentaban a un nuevo tratamiento.

A través de distintos cuestionarios, los científicos les preguntaron en qué medida estarían dispuestos a ingerir una terapia en función de distintos factores hipotéticos, como su porcentaje de beneficios o la cantidad y el tipo de efectos secundarios.

Con las respuestas en la mano, comprobaron que el nivel de protección del fármaco -una terapia hipotética para prevenir ataques al corazón- no parecía ser determinante para los participantes ya que un gran porcentaje de la muestra estaba decidido a tomarlo, ya fuesen más o menos altos sus beneficios.

En cambio, los efectos adversos sí resultaban fundamentales a la hora de decidir si seguir o no la terapia. "Una gran proporción de los participantes –entre un 48% y un 69% de la muestra- no estaban convencidos o mostraban sus dudas sobre si tomar una medicación beneficiosa que causara efectos adversos lo suficientemente leves como para no interferir en sus actividades habituales", comentan los autores de este trabajo en la revista 'Archives of Internal Medicine'.

"Nuestros datos", continúan los investigadores, "ilustran hasta qué punto la disposición de las personas mayores para tomar una medicación está influenciada por los efectos secundarios".

En sus conclusiones, estos autores sugieren que esto puede deberse a que, generalmente, en las consultas médicas se habla largo y tendido sobre los beneficios y los riesgos importantes de una terapia. Sin embargo, apenas se aclara la posibilidad de que los tratamientos lleven aparejadas ciertas molestias consideradas "leves", como la fatiga o las náuseas.

"Es necesario presentar los beneficios de una intervención de la forma más clara posible" para que los pacientes comprendan lo que supone estar en tratamiento, concluyen los investigadores.